Los flagelantes en la Semana Santa española, por Nómino Lustre. 

Los flagelantes en la Semana Santa española, LQSomos 19 abril 2025, por Yo, Nònimo Lustre, Los flagelantes en la Semana Santa española

Autoflagelarse públicamente es una superstición cuasi universal. Si nos circunscribimos al Occidente europeo mediterráneo, su origen sigue siendo dudoso pero, una de las teorías más difundidas, es que comenzó en 1259 merced al eremita Raniero Fasani de Perugia, quien así cumplimentó la penitencia que le dictaminaron en sus apariciones la Virgen y san Bevignate; otras fuentes señalan que, antes dello, los padrinos de su bautizo fueron el benedictino Pedro Damián y el fraile Dominicus Laricatus. Casi huelga añadir que los autoflagelamientos se expandieron por Europa durante las décadas de la Peste Negra (1347·1353).

Diferencia entre el cilicio y la disciplina

Disciplina pública

Ashura de los fieles chiítas azotándse en Peshawar, Paquistán

La Semana Santa española.

Uno de los fortines mejor amurallados del catolicismo español. La SS española está calculada para mostrar las indisolubles nupcias entre la Iglesia y el Estado. Además, la censura eclesial estatal (real o simulada) nos oculta su mayor espectáculo: el autoflagelamiento público.

Se practicaba desde el Domingo de Ramos al de Pascua, sobre todo el Viernes Santo. El cortejo oficial de Madrid es la luctuosa del Viernes Santo, jornada en la que, engalanadas las calles con ricos tapices y colgaduras, «Reunidos todos, forman parte de la única procesión que recorre las calles de la villa, y a la cual asisten todas las parroquias y todas las Órdenes. La procesión sale a las cuatro y a las ocho muchas veces no ha terminado todavía. Me sería imposible mencionar a las innumerables personas que acuden a formarla, desde el Rey, don Juan de Austria, los cardenales, los embajadores y la nobleza, hasta los últimos dignatarios de la Corte y de la Villa. Cada uno lleva un cirio en la mano y le acompañan muchos de sus criados con antorchas. Todos los estandartes y todas las cruces van cubiertos con una gasa negra. Multitud de tambores, también enlutados con gasas, redoblan lastimeros. La Guardia Real llevan sus armas enlutadas y abatidas hasta el suelo. Hay grupos de imágenes que representan los Misterios de la vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Las figuras son bastante malas, mal vestidas, y pesan tanto que a veces no bastan cien hombres para llevar una plataforma sobre la cual se ostenta el Misterio.» Como vemos, apenas se presta atención al cortejo de disciplinantes.

Henos ahora con un comentario de finales del siglo 19 que comienza con una cierta confusión sobre los orígenes de la autoflagelación pública, donde las cifras son contradictorias desde el principio: «En el año 1100, llegó una plaga de langostas. El Papa, compadecido por los españoles, envió a Gregorio, santo obispo de Ostia, quien estableció la disciplina pública, ordenando numerosísimas procesiones de sangre. En 1397, hallándose la corte romana en Aviñón, el Papa Clemente VI mandó que ninguno se disciplinase en público. Entonces los dedicados a ese ejercicio inventaron un medio, cual fue cubrirse el rostro con un lienzo; práctica que, admitida, dio causa y origen a la túnica blanca que vistieron después los que se azotaban.» Sin embargo, el mismo cronista escribe que «la disciplina de la sangre comenzaron o crecieron después del año de 1408, predicando el glorioso San Vicente Ferrer».

José Bermejo y Carballo, Glorias religiosas de Sevilla, o Noticia histórico-descriptiva de todas las cofradías de Penitencia, Sangre y Luz fundadas en esta ciudad, Sevilla, 1882, nos cuenta algunos pormenores de los disciplinantes y de sus asistentes, los hermanos de la luz:

«Los hermanos de luz llevaban hachas, y los de sangre, disciplinas de manojos con rodezuelas. Estas rodezuelas eran como unos bolillos de cera, cubiertos de hilo basto, cuyas extremidades terminaban casi en punta, y en su centro, que figuraba una rueda, estaban embutidas varias piedrecitas, adelgazadas sus puntas, con las cuales se herían notablemente los que se disciplinaban. A su regreso se hacía el lavatorio de los disciplinantes: práctica que usaban todas las cofradías de sangre en aquel tiempo. Reducirse este acto a lavar las heridas causadas por la disciplina en la procesión, con un baño compuesto de varias plantas y yerbas medicinales, para lo cual se destinaba siempre cierto número de hermanos de luz.»

Bermejo ocupa su libro pormenorizando los ritos de varias cofradías sevillanas de las que, por su mayor relación con los disciplinantes y con la sangre, escogemos la Cofradía de los Azotes: «Esta hermandad, dedicada a contemplar la sangrienta flagelación de nuestro Señor Jesucristo en su Pasión dolorosa, tuvo principio por los años de 1563. Su procesión tenía lugar en la tarde del Jueves Santo, llevando en ella tres pasos. En el primero se representaba la degollación de San Juan Bautista. En el segundo el monte Calvario con Nuestro Señor Jesucristo clavado en la Cruz, y a sus pies una gran porcelana llena de sangre que caía de sus cinco llagas, y los cuatro doctores de la Iglesia; dos de estos, en ademán de recoger la sangre de la porcelana, y dos en acción de derramarla por el monte, representando la Iglesia de Jesucristo, cuya sangre depositada en ella y sacada por los Santos Padres se derrama por toda la tierra para remedio del género humano. En el último paso iba la Santísima Virgen.»

Y un apunte final de índole indumentaria que no se refiere a la cofradía de los Azotes: «En la procesión de Semana Santa los hermanos de sangre llevaban túnicas de lienzo de estopa o lino basto y grosero, con capirotes y escapularios negros, cordón de cáñamo y los pies descalzos; y los de luz, túnicas y escapularios de igual color, y alpargates de cáñamo.» Más adelante podremos observar que la devoción a la sangre del Cristo, de las Cinco Llagas o de la Primera Sangre, olvida que la primera sangre fue vertida mucho antes de la Pasión, puesto que el bebé de Nazareth fue circuncidado. Verónica Gijón Jiménez, Una mirada sobre la Semana Santa en España a través de los viajeros extranjeros de la Edad Moderna, 2016, nos llega con reflexiones que suelen negligir a los disciplinantes. Gijón Jiménez escribe:

«En el siglo dieciséis ya existían las procesiones de flagelantes. La práctica de la penitencia pública comenzó a generalizarse en Europa a partir del siglo trece. Las reflexiones de San Anselmo y San Bernardo sobre la pasión de Cristo iniciaron la valoración de su dimensión humana. Con San Francisco de Asís se comenzó a contemplar la humanidad de Jesús y a reflexionar sobre su sufrimiento durante la Pasión. Las cofradías de penitentes nacieron de una forma espontánea en Italia, desde donde se extendieron al resto de Europa gracias a las órdenes mendicantes. En principio, esta penitencia no estaba ligada a la Semana Santa. La divulgación de la penitencia pública en España está muy relacionada con las predicaciones del dominico San Vicente Ferrer. La primera cofradía de Semana Santa surgió en 1448, y a continuación, se extendió al resto de Andalucía o de Castilla. La fundación de las cofradías de la Vera Cruz en Castilla comenzó a finales del siglo quince: en  Toledo en 1480, en Valladolid en 1498 y en Salamanca está documentada en 1506.

Dícese en la Historia Oficial Sagrada que Carlos III abolió las disciplinas públicas con especial empeño en suprimir el espectáculo de los disciplinantes. Pero, hoy, en España, subsiste al menos uno: el que ofrecen los Picaos del pequeño pueblo de San Vicente de la Sonsierra, La Rioja, que, en 2005, fue declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional. Es más, probablemente, en alguna manera edulcorada, haya otros pueblos en los que se mantenga tan medieval superstición. Sea como fuere, estos penitentes riojanos se azotan la espalda con unas madejas de algodón propinándose entre 10 y 20 minutos unos mil latigazos. Tras finalizar la penitencia, el práctico se encarga de curar las heridas picando tres veces la espalda del sufridor paisano con una esponja, una bola de cera virgen con seis cristales incrustados de dos en dos, hasta completar doce pinchazos en honor a los doce Apóstoles. La susodicha esponja contiene agua de romero y una crema secreta. Los paisanos de Sonsierra creen que su fiesta fue inaugurada en los siglos quince y dieciséis aunque en 1799 fue reducida a su celebración privada.

Si dejamos aparte este sustancioso caso riojano, hay otros aspectos de los disciplinantes españoles que ameritan un par de citas:

«No siempre la causa de esta penitencia era la fe. Oyó que a veces eran alquilados por órdenes religiosas o cofradías para incrementar su prestigio o que era un simple alarde de fuerza o galantería, al ofrecerse a una dama, cuyo mayor homenaje era salpicarle con la propia sangre.»

«Ya durante el siglo diecisiete estos viajeros denunciaron los abusos que se cometían durante estas fiestas: mujeres que se veían con sus amantes, penitentes que solo buscaban la notoriedad social o consumo de alcohol durante las procesiones.»

En resumen, el vernáculo espectáculo de los flagelantes no fue puramente indígena sino que, a menudo, era utilizado por la aristocracia para reverdecer sus laureles sin peligro alguno y sin sangre propia. Por lo tanto, la identidad popular contrapeso de la religión, debe ser reexaminada, pues hasta en la inmarcesible Semana Santa la juerga de los ricos nunca estuvo ausente.

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