Un hombre llevaba a cuestas una gran cantidad de piedras preciosas. Tenía que pasar un río y, por no perder las piedras, el hombre murió en el río. Cuenta el número 38 del Conde Lucanor. No haremos prédicas ni moralejas por las víctimas por la dana, aunque las víctimas fueran por «inundación» o «riada», hasta voces que llegaron a titular «tsunami». Salvo destrozos en ingeniería o en obra pública o transporte, la mayoría de muertes o ruinas particulares tienen que ver con móviles hacia la codicia, casos del Conde Lucanor o fábulas de Esopo o Samaniego. La gente está a salvo, pero se ahoga por salvar la casa o el vehículo, el lleno en la nevera o el puesto de trabajo contra la avaricia empresarial, propia o ajena. La muerte por «inundación» o «riada» no es instantánea, de ahí las claves que son clave como estados de alarma o de emergencia. Ya hablarán los tribunales. Hoy nos dicen las campañas que hay sobrada solidaridad con bastante religión y con demasiadas fuerzas armadas. Ya hablarán los tribunales. Ya hablarán los tribunales.
