El caso Álvaro Prieto abre tres líneas de discusión: sobre Álvaro y su familia; sobre la educación a los jóvenes en cómo pedir ayuda; y sobre la ética de los servicios o transportes públicos.
Quizá esas líneas de trabajo se me junten en uno, tomado del breve tiempo que fui turista por ciudades de la Europa del Este (Praga, Kiev o Budapest). Ciudades que te dejaban subir al autobús o al tranvía o al metro suponiendo que el estado o la ciudad debían cubrirte ese trayecto necesario. En algún lugar en medio del carruaje o del vagón había una hucha y un mapa por tramos o distancias donde el viajero podía calcular cuántas monedas echar si las echaba; el socialismo obligaba a lo público, no a las personas. Si lo de Álvaro no era cuestión de transporte urbano ni de cercanías, sino entre ciudades o medias distancias, dígalo quien entienda o quiera entender. Para nosotros será siempre un caso de padres con madres con hijos a quienes puede pasar lo mismo.
El capitalismo, además de un modo de producción, es también un concepto de tanto tienes, tanto vales, porque todo en la vida tiene un precio, salvo en canciones y situaciones románticas. Ese capitalismo nos dibuja en la cabeza una patronal y un proletariado, y eso inculcamos a nuestra prole. Otro día hablamos del juego de las apariencias donde tanto vale que el hábito no hace al monje, como que la mona, de seda, mona se queda.
