Guzmán el Bueno era Alonso Pérez de Guzmán, alcaide defensor de Tarifa al servicio del rey Sancho IV de Castilla y contra moros de la morería, que se la disputaban. El caso:
–Guzmán: O nos entregas Tarifa o te entregamos a tu hijo muerto y degollado.
–Aquí tenéis mi puñal, si no tenéis otro a mano.
Del mismo modo, España podría decirle al viejo rey antes de encumbrarlo emérito:
—Juan Carlos: O te sometes a legislación, o dejamos en suspenso, vacía de actos oficiales, la agenda institucional de tu hijo el rey, agenda en que disponen Gobierno y Cortes de España. España, sin Casa Real, ¿qué te parece?
Es el Gobierno el que no quiere abrir una lata que salpicaría al hijo rey Felipe. Por algo, al emérito se lo han quitado de encima.
Documentación
1.
Guzmán el Bueno, según su romance:
—Matadle con este, si lo habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor manchado.
Esto de más vale A sin B, que B sin A o C, pudiera venir de la ligadura de Isaac o sacrificio de Abraham, Génesis 22, y tuvo amplia descendencia en la mitología del honor.
2.
Leyenda de Guzmán el Bueno, Todo Tarifa punto com: La verdadera historia de Guzmán, llamado el Bueno, por Francisco Flecha Andrés y contada por el Padre Laurentino, jesuita octogenario, quien encontró en los archivos del Cabildo esta versión contada por Fray Diego, capellán de la Plaza de Tarifa en tiempos del asedio (1294):
Pues la cosa, según cuenta el Freile Don Diego, difiere de lo que se cuenta en los cronicones oficiales (oficiales y retocados, al parecer) y que, en resumen, vienen a decir que el infante Don Juan, hermano del Rey Sancho, aliado por despecho con los moros, por hacer mal a su hermano, amenazaba a Don Alonso Pérez de Guzmán, alcaide de la plaza, con asesinar a su hijo, a quien retenía en su poder, si no se les entregaba la plaza. El muchacho Pedro Alonso, hijo primero del hidalgo don Alonso Pérez de Guzmán, mostró, ya desde mozo, una tendencia irrefrenable a enfollonar, a los lances del juego y de la espada, a desenfrenos en pajares y burdeles hasta poner en serio aprieto el nombre y el honor de su apellido. De nada sirvieron las súplicas y oraciones de su piadosa madre, ni las adustas reprimendas de su honrado padre, que intentó alejarle, cuanto pudo, de la nefasta influencia del infante, compañero inseparable de juergas y de lances. Por eso, vieron como una digna salida a los desmanes, la decisión del mozo y del infante de alistarse en las huestes de un noble caballero castellano, enfrascado en mil batallas con los moros. Serenaron el ánimo, pensando que aquello salvaría al mozo de un destino descarriado; pero, cuando Tarifa fue cercada, descubrieron con horror que, entre los moros principales que caminaban al frente de aquella jauría enfebrecida, vestidos a la cora, con seda y collares, como puras barraganas, no había duda, para auténtico bochorno, destacaban, entre todos, Pedro Alonso y el Infante cogidos por la cintura, comiéndose la boca, entre risas, como putas del arroyo. Don Alonso no pudo soportar el escarnio y, rojo por la ira, lanzó su daga con la decidida intención de atravesarles la garganta. Pero el cielo no quiso concederle ni siquiera el alivio de lavar con sus armas la infamia infringida por aquella alimaña que parecía reírse de todo ante sus barbas. No se supo más de los amantes. Se decía que alguien les había visto alguna vez por la casba de Fez. Con todo ello, don Alonso de Guzmán entró en una especie de tristura permanente que no logró atenuar ni el piadoso retoque de la historia en el que parecía salir airoso y bien parado. Es más, cuando se popularizó el apodo de Guzmán el Bueno, al oírlo, le subía una especie de sonrojo hasta las cejas.
3.
Wikisource
Los moros incitados por el turbulento Don Juan, hermano de Sancho IV, amenazaban de invadir otra vez la Andalucía. Guzmán se encargó de quebrantar su ímpetu, defendiendo a Tarifa ganada poco antes de ellos. Encerrose en esta plaza, y los enemigos acaudillados por el Infante apuraron para rendirla cuantos medios enseñó la guerra y les dictó su animosidad. Mas viendo inútiles todos sus esfuerzos, apelaron a un arbitrio horrible, que aun leído hace estremecer. Tenía el Infante en poder suyo al hijo único de Guzmán. Llamó al padre, y presentándole el niño, le intimó que rindiese la plaza, amenazándole con la muerte de su hijo si no lo hacía. El asalto era terrible; pero Guzmán sin vacilar respondió: No es bastante a obligarme a que mancille mi virtud; si os falta cuchillo para ejecutar vuestra saña, allá va el mío. Dicho esto, arrojó a los bárbaros su puñal, y se bajó del muro. Ellos sacrificaron aquella víctima inocente a su venganza, y a pocos días levantaron el sitio sin más fruto que el de haber dado al mundo un ejemplo de ferocidad execrable y ocasión a Guzmán para desplegar su admirable patriotismo.
4.
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Mientras, el infante Don Juan es expulsado de la Corte por rebelarse contra su hermano Sancho IV. Se dirigió a Portugal, en donde también es expulsado. Por ello, se encaminó a África, llevándose a su paje, el hijo mayor de Don Alonso, Pedro. En Fez se puso a las órdenes de Abu Yacub, prometiéndole Tarifa. Abu Yacub aceptó poniéndolo al mando de 5.000 ceutíes y parte de la guarnición algecireña. En la primavera de 1294 se inició el sitio. Don Juan procuró tentar a Don Alonso de múltiples formas. Ante la negativa y desprecio de éste, intentó tomar la plaza por la fuerza. Sin embargo, tanto las defensas como los defensores resistieron todos los embates. Encolerizado y apurado el príncipe Juan, acordó de probar por otra vía lo que por la fuerza no era posible. Así que maniató a Pedro Alonso y, tras presentarlo a su padre, amenazó con degollarlo ante su presencia. Mas sólo obtuvo una negativa por respuesta: E don Alonso Pérez le dijo que la villa que gela non darie; que cuanto por la muerte de su fijo, que él le daria el cuchillo con que lo matase; é alazólez de encima del adarve un cuchillo, é dijo que ante quería que le matase aquel fijo é otros cinco si los toviese, que non darle la villa del Rey su señor, de que él ficiera omenaje. Esto irritó tanto al infante, que allí mismo lo degolló, mandó cortar su cabeza y la catapultó al castillo. Viendo los africanos que era imposible conquistarla mientras estuviese Don Alonso en ella y que llegaban las escuadras castellano aragonesa y tropas por tierra, se retiraron a África a principios de septiembre de 1294.
