La verdadera moral, como el verdadero amor, no se divide. Quienes dicen ¡Trump no es mi presidente!, sabrán que ‑como en cualquier concurso público‑ el mero hecho de participar incluía la aceptación de las bases. Salvo si la elección estaba amañada, que bien puede ser. Creer en Dios incluye creer en el Diablo. Su país libre y su democracia, ese mundo cargado de marines y misiles ¿no les horrorizaba antes? y ¿ahora, sí? ¿Qué ética es esa?
Quien llora por ver a Trump,
las lágrimas no le dejan ver a Clinton,
que es de lo que se trata.
