PAIDOFILIA Y PEDERASTIA

PAIDOFILIA Y PEDERASTIA

El diccionario distingue entre paidofilia y pederastia; la vida real, no tanto. La paidofilia (o pedofilia) es una atracción erótica y la pederastia ya pasa, de la atracción, al abuso sexual. Es tan delgada la línea que separa la atracción del abuso, que solo en personas muy equilibradas podemos confiar la proximidad de trato con los menores. Y hablamos especialmente de la sexualidad de los varones: por algo, a pederastia, el diccionario añade sodomía. Viene esto a cuento del penúltimo abusador de menores, ese chaval que vemos en Chipiona haciendo el gilipollas rodeado de chiquillos y chiquillas que sus familias le han dado en catequesis o como monitor de tiempo libre. Una sociedad que expone a la infancia a los tratos con personas que hacen de la virginidad un lema y de la castidad un propósito debiera estar advertida del riesgo que eso supone. Porque donde hay represión hay explosiones periódicas. Desde los monaguillos hasta las pastorcitas, desde los querubines hasta las niñas vestidas de boda para su primera comunión, todo en la Iglesia es contemplación de una estética infantil donde la cuestión ética salta a la menor ocasión. La Regenta termina con el beso obsceno de un sacristán reprimido a lo que quedaba de Ana Ozores. Pero en vez de hacer literatura o cine, debiéramos pensar el peligro al que exponemos a criaturas muy tiernas bajo el poder de adultos que viven sus infiernos particulares como cualquiera. Y quien dice Iglesia dice maestros, profesores; dice programas de la tele que versionan en chico los programas de los mayores; dice convivencias, campamentos, fiestas, desfiles, pasarelas, procesiones. Si para un avión de pasajeros no es bueno depender de un único piloto, imaginaos para un grupo infantil en actividades doctrinales o monitorizadas, que tendrían que llevar entre dos personas como mínimo. No bastan leyes de protección del menor. Hay que cambiar conductas y dejar de hacer del carrito de niño el trono del rey del mundo. Si, aun así, algún mal caso dañara a nuestra familia, al menos, como sociedad, habríamos hecho lo posible. No que, ahora, son el padre o la madre quienes primero le piden a la criatura que le haga tal o cual gracia a los abuelos o a los vecinos, quienes contemplan el espectáculo extasiados. No podemos controlar cien por cien el bosque de las redes sociales pero sí tomar conciencia de a qué exhibiciones incitamos a nuestra infancia y a qué actividades apuntamos a las Caperucitas que tenemos en casa.

Daniel Lebrato, Ni cultos ni demócratas, 28 del 5 de 2015

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