
ANÁLISIS DE LA VICTORIA
Acudid, héroes, a la derrota. (Carmelo Guillén Acosta)
De los dos usos del verbo ganar (ganar y vencer), el más digno es el más denostado, ganar dinero, y, el más repugnante, ganar a alguien. Pasó en las Termópilas y está pasando en los campos de fútbol. Lo dice el brillo en los ojos de las madres cuando ganan al parchís. Porque si gana el mejor, ¿qué merito tiene? Y si pelean dos iguales, ¿por qué se pelean?
Nos vienen con un David que venció a un gigante y en los cuentos el más chico es el más valiente: excepciones que confirman la regla y mentiras piadosas de la religión y de la literatura.
Ganar dinero es indigno. No hay precio justo ni salario justo. No existe empresa que no busque el beneficio propio sobre la explotación ajena. Sería del género estúpido, filántropo o comunista abrir empresa a fondo común y a partes iguales con quienes no emprenden nada.
Todo negocio es estafa pero tiene su lógica. Los de arriba necesitan que los de abajo sigan vivos y sigan también ganando algo. Es la tortura para quien en este mundo no tiene más que su propia fuerza de trabajo. Esto lo dijo Marx y se formula así: si trabajo, malo; si me despiden, peor.
En cambio, la victoria deportiva, cuanto más olímpica y de juego limpio, más busca la derrota total de su rival y más necesita su eliminación definitiva para el vencedor pasar a la siguiente ronda.
Todos los partidos, todas las guerras, todas las epopeyas, todas las gestas pertenecen a esa historia de los horrores que es la cultura, base de la civilización que, entre otras atrocidades, nos ha traído la psicología y la psiquiatría. Doctor, doctora: Que ando persiguiendo la victoria. No se preocupe. Usted es un perdedor. Lo somos todos.
Cualquier victoria es derrota; cualquier triunfo es un robo; cualquier campeón, una víctima y el público que lo aplaude, un mediocre. Acudid, héroes, a la consulta.
