Cómo será la revolución (La película)

CÓMO SERÁ LA REVOLUCIÓN (LA PELÍCULA)

Qué vida tan diferente, la suya y la mía, señor presidente
(Aníbal Sampayo, por Quintín Cabrera)

Escena uno.

Entre las ruinas del siglo veinte yacen los malos, pero también los buenos de la película. Bajo los bloques, y desde el muro de Berlín, cayeron los partidos de la lucha de clases, los rojos, pero también los rosas con sus guerras justas, sus primaveras árabes, y sus 15-eMes. La historia ha muerto y están afónicas religión, cultura y civilización: con enseñanza y arte, bases de nuestra educación.

Escena dos.

A nivel individual, se van quedando sin voz las viejas fraseologías. Que si siempre ha habido ricos y pobres, que si China, que si Cuba. El caso era ‑es‑ nuestra buena vida en el bar como si no nos vieran, con otra mirada, otros ojos. Libertad, igualdad y fraternidad, pilares de occidente, ¿qué son sin igualdad? Se trata de igualdad en contacto ‑no la que obliga en conciencia y de pomposos derechos humanos‑, igualdad de cliente final, de nivel de vida entre quien veo y me mira.

El Guernica, las pirámides de Egipto o las sinfonías de Beethoven, como obras del arte, en un punto se parecen: en el tiempo-trabajo (libre o asalariado, directo o indirecto) invertido en hacerlas. El error está en creer que ese tiempo le pertenece exclusivamente al artista, caso sangrante delante de las pirámides y, más sutil, ante un Picasso, a quien alguien lavaba la ropa y hacía la comida.

 

Mientras el trabajo se paga a su valor socialmente establecido, el arte (un cuadro) adquiere un valor individual: lo que alguien paga por él. (Después de Marx, esto lo dijo Andy Warhol.) No consta como arte ni trabajo ni mercancía la labor de las personas a la sombra del arte y de los artistas o de las brillantes carreras de sus hijos.

 

Hasta ahora, las revoluciones han apuntado al sistema productivo. En adelante, habría que apuntar al sistema improductivo, de salario cero, y al ocio y tiempo libre. Repartido el tiempo libre, que cada quien lo emplee a su manera: tocar el violín, hacer el bien o freír croquetas, con tal de que con el ocio propio no se pueda negociar. Eso incluye la propiedad intelectual, por ejemplo, pero no vivir de los derechos de autor.

 

La cuestión está en la explotación del hombre por el hombre: qué es un puesto de trabajo digno, qué se entiende por creación de empleo. Si lográramos redefinir el ocio y el negocio, la toma del tiempo libre sería como la toma de la Bastilla y del Palacio de Invierno.

Daniel Lebrato, Ni tontos ni marxistas, 24 de mayo de 2014

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