Convénzanse sus señorías. El invento
consiste en dar por bueno el resultado
aunque pierdan o pierdan
una parte del reino.
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la invención de la urna.
Para no andar a hostias todo el santo día
y para que chinche y rabie
la terca oposición republicana,
de Grecia se trajeron el pacífico invento.
Y en días sucesivos estuvieron pendientes
del rabillo del ojo de su rey, que lo era
por la gracia de Dios, no se olvide.
–«Paralelepípedos, de paralelogramos, de paralelos»,
explicaba en su pizarra, base por altura,
el vendedor de aquella geometría fabulosa.
–«Para lelos», murmuraba el rey entre dientes.
el Día de Andalucía.
EL DÍA DE ANDALUCÍA
pedid tierra y libertad,
-que, por pedir, que no quede-
y luego vuelta a llorar.
el joven Marx.
Buscando al joven Marx en su película
el Día de Andalucía (de hasta el moño
de, andaluces, levantaos y pedid tierra
‑al señorito, se supone‑ y libertad),
entre palomitas y una cero cero infame,
me encontré a mí como quien dice tal como éramos.
Y éramos pedantes, sectarios, dogmáticos,
igual, igual, igual que el joven Marx.
No había 28‑F. No éramos parias.
Estábamos de vuelta de la guerra fría.
Al salir del cine, mientras pedíamos
asilo político en un bar y una cerveza
de grifo en condiciones para olvidar agravios,
de arriba abajo me escaneó mi novia:
–Con esa pinta y con tu oído, Danielito,
demasiado, el Manifiesto Comunista y,
no digamos, la Internacional.
nacionalismos.
Otros pueblos ‑quizás envidiosillos
del ser universal de aquella gente‑
tenían una lengua común en las escuelas
y una moneda internacional para cerrar los tratos.
Cancillerías de todo el mundo darían el pláceme
al himno, a la bandera. Pues no se conoce
en los anales un rey sin súbditos
ni súbditos sin patria.