En la primera estampa, Ignacio Garmendia, Carlos Mármol y Alfredo Valenzuela, con Jesús Vigorra, han reflexionado en Canal Sur sobre lo que fue el Mayo del 68 en Francia. (Este es el enlace, vídeo de 30 minutos). En los análisis de Garmendia y Valenzuela me llamó la atención su anticomunismo feroz cuando de lo que se hablaba en Europa en los años 60 era de eurocomunismo y, aquí en España, de antifranquismo por la libertad. (Pueden leerlo en Antirrepresivos y antidepresivos.) Supongo que la explicación es que estos jóvenes (que no vivieron el Mayo del 68) se creen que viven en un mundo bueno o en el mejor de los mundos; de ahí su rechazo retrospectivo a un ismo del que Occidente no conoció su bondad, porque no lo dejaron expresarse.
En la segunda estampa, ayer día 10, asistí a la mesa redonda Expedientados y expedientables en el 68 sevillano, convocada por Alberto Carrillo Linares, con Carmen Romero, Bartolomé Clavero, Rafael Senra, Pilar Aguilar y Antonio Bocanegra, ante un público que no llegaba a las 50 personas, entre actuales estudiantes y antiguo alumnado con pinta de vieja guardia. Más gente hubiera yo esperado, siendo como fueron aquellos años de gran movilidad, agitación y riqueza. Aparte de Bartolomé (Pipo) Clavero, la mesa fue personalista y botafumeira: yo, yo, a mí, me. Poco análisis objetivo. La vez que alguien del público planteó el paralelismo entre el 68 y el 15‑M, relación más que interesante y que unía en perspectiva a las distintas generaciones allí presentes, la mesa estuvo (incluso Pipo Clavero) decepcionante, parece que no se hubieran enterado de nada. (Este mal aqueja a ciertas mesas redondas, que se olvidan que la máxima redondez se alcanza cuando ponentes y público se igualan.) También fue de interés la influencia de la reforma del calendario juliano (por su impulsor el ministro de educación Julio Rodríguez, quien impuso comenzar las clases en enero y terminarlas en diciembre, lo que al final dio una promoción excepcional: estudiantes que cursaron un primero de carrera en solo seis meses, porque en pleno experimento el ministro fue cesado y se volvió al calendario de siempre) y la contribución de aquel engendro para el desánimo y desinfle del movimiento estudiantil, pues los estudiantes se pusieron como locos a empollar en seis meses programas previstos para nueve, lo cual fue como el sálvese quien pueda que desbarató la solidaridad y abrió paso a una individualidad y a una lucha por el examen y por la nota que anticipó la excelencia docente (de hecho, en las oposiciones de 1979, aquella promoción se llevó de calle los primeros y mejores puestos, frente a la promoción del 68 que, entre tanta asamblea y tanto cierre de facultades, poco habíamos estudiado). Una tercera intervención puso en relación la rebeldía de entonces, que incluía a perseguidos comunes, quinquis como el Lute, con la permisividad de ahora con lo que se está actuando contra el referundismo en Cataluña (podría ser otro pueblo u otra la causa que chocara con el aparato del Estado) y cómo el bloque antirrepresivo se había roto y de aquella solidaridad, la que hubo contra Franco, no queda al día de hoy absolutamente nada, lo cual es lástima, se lamentó el interviniente que abandonó la sala cuando un vieja guardia se enzarzó otra vez en la lectura personal de sus heridas de entonces.
Dicho lo cual, el presente ilumina el pasado, y no al revés: el movimiento estudiantil no luchó por esta democracia (esto lo dijo muy bien dicho Pipo Clavero) sino por la libertad. Que unos fuéramos marxistas, otros leninistas, trotskistas, maoístas, anarquistas o anarcosindicalistas no modifica lo esencial. Ni vale argumentar, desde las elecciones democráticas que se hicieron en 1977, que partidos y siglas como Pce‑i, Acción Comunista, Bandera Roja o Liga Comunista no dieron la talla ante las urnas (esto lo dijo Pilar Aguilar como quien dice una gran cosa). No se trataba de urnas. Y hay que recordar que la gran iniciativa fue el Pacto por la Libertad (1969), alentado por el Pce y cristalizado en la Junta Democrática (1974), donde partidos muy pequeños, como el de Tierno Galván o aquí en Andalucía el de Rojas Marcos, pudieron tener cabida (por tanto, también hubieran cabido partidos de la llamada extrema izquierda muy minoritaria). ¿Qué pasó? ¿Por qué el Pacto por la Libertad no cuajó ni la Junta Democrática juntó lo que podía haber juntado? La clave está en el Psoe, partido reacio a integrar movimientos (o lo que hoy diríamos mareas sociales) que alzó, frente a la Junta y para vaciarla de contenido, su Convergencia Democrática (1975), convergencia que no fue tal sino obstrucción o boicot al Pce y a su área de influencia: movimiento obrero, movimiento estudiantil, vecinal, etcétera. El Psoe fue el gran tapado del final de una época. Un Psoe entonces apadrinado por Olof Palme y Willy Brandt, socialdemocracia europea que en 1982 auparía al poder a Felipe González y Alfonso Guerra, cuya ruptura con el franquismo fue reforma y no ruptura. Sépanlo al menos generaciones jóvenes. El Psoe se adueñó de la patente izquierda pero de izquierda tenía lo que tiene ahora: juzguen ustedes. No sé, la verdad, qué pintaba Carmen Romero en aquella mesa. De las cabezas pensantes que desde el 68 no han caducado o claudicado, dos me parecen: Isidoro Moreno y Javier Pérez Royo. Honor a quienes en su vida defienden y custodian sus Termópilas (Kavafis).
Daniel Lebrato, 11 de mayo 2018
/ a Benito Moreno, en memoria, y a Alberto Carrillo Linares /