del contra el laissez faire, al contra el derecho a decidir.

(ensayos sobre el integrismo de izquierdas)

Los hombres y mujeres nacidos a las ideologías bajo el poderoso influjo del marxismo, años 1960 y 70, crecimos contra el laissez faire. Nuestra idea fija era un modelo de Estado y sociedad que nos investía de un dogmatismo que nos diferenciaba de otros nidos del pensamiento, citando por vestimentas o por tribus urbanas: nosotros -éramos los progres de barbas o del kufiya palestino-, diferentes de los del cuero, del vaquero, del jipi, del rock o de la marihuana.

Cuarenta años después, un laissez faire de andar por casa (con nombre de libertad o sé tú mismo) se ha instalado en sociedad, nos ha dejado a los progres en evidencia: a unos, por descolocados y, a otros, haciendo el facha o el ridículo (muchos rejuveneciéndose como yayoflautas quitándose años por Podemos).

«Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même», Dejen hacer y dejen pasar, el mundo va solo, fue el lema del capitalismo que combatió Karl Marx en El Capital, es lo que, al margen de la teoría económica (fisiocracia, siglo 18), dio alas de libertad a todas las conductas personales, eso que hoy se maquilla con la etiqueta de neoliberalismo.

Desde ¿Libertad, para qué?, de Lenin (que ahora hace un siglo, mismo que cumple el PCE, 1921-2021), la vieja guardia comunista hemos perdido tantas batallas contra la libertad que ahora nos resulta imposible negarnos a que cada uno haga lo que quiera hacer.

Es lo que se oye en foros generacionales y en tutorías y en escuelas de padres y madres: de ¿libertad, para qué?, a libertad para todo: a su manera, lo de libertad o libertinaje, que ideologizaba el franquismo.

Eso nos dicen la alianza de las tres culturas, el feminismo, el movimiento lgtb y más, o los derechos humanos como inherentes al individuo nada más nacer o llegar como inmigrante o refugiado. Y eso nos dicen a nivel personal lo que llamamos moda: faldas, tacones, pelos, pírsins, ropas, bisuterías, maquillajes, tatuajes y, de ahí, a quién soy o quién quiero ser. Y el juego del qué me pongo vuelve a funcionar por grupos, tribus, culturas o civilizaciones.

El dejad hacer nos ha vencido y quienes estuvieron contra el laissez faire en economía hoy están contra el derecho a decidir en referundismo o teoría del Estado. Son los integrismos de izquierdas.

Dice Almudena Grandes en El País, Eméritos, de hace dos días: «La figura de Puigdemont evoca a la de aquellos viejos monarcas eslavos, destronados por la guerra mundial, que paseaban su triste exilio por la Europa del Este después de 1945.»

El otro es (o fue, murió el pasado 18 de septiembre) Javier Aristu, creyente del diálogo Catalunya-Andalucía:

«El movimiento independentista expresa un desajuste social de enormes proporciones y un desconcierto inmenso de una parte de la sociedad catalana que piensa, ante un impacto brutal que ha afectado a las bases del consenso social catalán, que con la independencia van a resolverse los problemas que ese impacto, especialmente la globalización, los cambios de la economía global, ha provocado en su anterior consenso social. Y para ello se ha buscado un enemigo, en este caso ya conocido: España, y se ha construido un imaginario colectivo nuevo, al menos como imaginario mayoritario, como es la independencia


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