Barcelona, Cantabria, Extremadura, Sevilla (1954) se lee en la solapa de mi currículo novelado Tinta de calamar.
Un hombre a cuatro patrias.
El oficio de mi padre, nacido en Oliva de la Frontera, Badajoz, puso Extremadura y Barcelona, donde mi padre emigró buscándose la vida y donde fui bautizado en la Sagrada Familia. Ya desde Sevilla, iba mi padre a Barcelona al menos una vez al año como jefe de compras -nos decía- de la empresa de textiles para la que trabajaba.
Vivíamos en Galera 10, eje Mercado de Entradores Real Maestranza, del Baratillo a San Buenaventura. Pero en verano, todos los veranos, vivíamos en Cóbreces, Santander.
Cóbreces, Cantabria, nos entraba en verano en vacaciones, pero en realidad fue el principio, pues de allí veníamos y hacia allí levantó el vuelo nupcial mi padre Francisco, por casar con su prima Pepita. Hay que entender: los varones migraban al sur tras la ruta de la plata: Sevilla, Cádiz, Cuba, de donde mi bisabuelo Agustín Martínez volvió, montañés indiano, para abrir tienda en Cóbreces de ultramarinos y coloniales. Las hembras casaderas esperaban que sus pretendientes volviesen a por ellas a pedir su mano en condiciones.
Estábamos en Cóbreces, barrio llamado La Carrera, punto kilométrico 16 de la carretera Santander Oviedo por la costa, entre Santillana del Mar y Comillas; yo, el hombre a cuatro patrias. Barcelona, Cantabria, Extremadura, Sevilla.
Hoy, de mis cuatro patrias, ninguna me da más que hacer que Cataluña. A Barcelona hice mi viaje de recluta para emprender la mili y a Barcelona mi primer viaje detrás de una amiga, del veraneo en Cóbreces, que yo quería seguir ligándome y ella ya no quería. A Barcelona me unían tarjetas postales que mi padre traía y me regalaba de vuelta de sus viajes de trabajo. Aquí el Camp Nou, aquí el Tibidabo, aquí la Sagrada Familia. A Barcelona me unía el catalán que yo aprendí entonces, Lluís Llach, Raimon, Maria del Mar Bonet. Todavía cuando canto en la ducha canto en catalán, con lo mal que me sale. Del Viatge a Ítaca de Lluís Llach hice lema y guía para matar al Gigante (1987).
En la reciente historia, Cataluña me ha dado (o me ha devuelto quizá) todo lo que era mío. Mientras el eje de mi militancia se diluía o se perdía hacia un Estado del Bienestar que nunca me creí (primero, con la insípida Izquierda Unida de 1986, después con la España Unida Podemos de “lo que más importa”), el eje de los afectos me iba religando a Cataluña como a una vieja tierra de acogida. Moriré en cualquier sitio pero moriré en Cataluña, una Cataluña que va con todo lo que me sobra de tradiciones, culturas, religiones, donde me quiera llevar.
Y me gustaría no haber nacido en Barcelona, no bautizado en la Sagrada Familia, nunca del Barça por las postales de aquel Camp Nou, no haber sido de la rosa y el libro, no haber buscado el Canigó ni emocionarme con el niño que cantaba Tant com me quedarà en el concurso de talentos para la TV francesa.
No tener nada que ver con Cataluña para que nadie mezcle mis ideas con el —Ah! ¡Catalán -con que, desde Andalucía, han apagado todas las voces, todas las llamas como la mía.
—Ah, catalán. Sí, catalán.
Referencias:
—La llama del Canigó, antorcha de los Países Catalanes
—Jordi Barre, Tant com me quedarà (1982)
—Maxime Cayuela, Tant com me quedarà, de Jordi Barre (2020)
—De quien mata a un gigante (1987)
/ a Pilar, a mis hijos, a mi familia /