Pablo Iglesias.

Podemos ha ido dando por ciertas las mentiras de la democracia que son, al fin, el relato del capitalismo. La deriva de un Pablo Iglesias, veinte años dando largas a la cuestión catalana -vieja como la historia de España-, indica la podredumbre en que nos movemos. No solo el trumpismo de la Democracia marca el paso a las otras democracias. No solo la vieja izquierda se ha desdibujado. Conceptos como república han quedado apalancados en la obsoleta Segunda República, o para la presidencialista consulta monarquía o república, mientras a la España republicana (guste o no guste, esa que asoma por Cataluña) la izquierda eñe responde con un vacío que pone espanto.

No estábamos en los albores republicanos (Londres, 30 enero 1649; París, 21 enero 1793) cuando Inglaterra y Francia cortaban cabezas coronadas. No estábamos en el 18 Brumario cuando el bonapartismo daba prestancia al Jefe de Estado policial de la diosa Razón o de la Razón de Estado (1799-1889). No estábamos entre Guerra Franco Prusiana y hasta dos Guerras Mundiales (1870-1945). No estábamos en la Guerra Fría ni con la Cía contra todo lo que molesta al Imperio. Íbamos hacia la enésima crisis, la de 2007, y al fondo, a lo lejos, ya se veía venir un Donald Trump.

Estábamos con Cataluña en lucha por su estatuto, algo que remonta a 2003 y que culminaría el 1 octubre de 2017, todo ese tiempo que Pablo Iglesias y los suyos estuvieron desaparecidos en nombre de lo que “de verdad importa a todos los españoles”.

Pablo Iglesias quiso tener un discurso posmarxista de superación de la lucha de clases y de las clases sociales que se ha demostrado a la larga un batido para un souflé, pues no bastaba decir gente donde antes izquierda y no bastaba decir casta donde antes derecha. Izquierda y derecha continúan; no como proletariado, es cierto: como clases trabajadoras o clases que podrían ser medias. El caso es que alguien pierde donde otros ganan.

La lógica de Marx y Engels en el Manifiesto de 1848 era imbatible: donde hay ganancia, tiene que haber explotación y en todo sistema habría su explotador y su explotado.

Siglo y tres cuartos más tarde algunos significados del proletariado han ido cambiando, pero lo que no ha cambiado es su significante de base ni lo real que designa: quien o quienes saldrían beneficiados caso de darse un cambio social efectivo, interés o beneficio semejante al que tuvieran esclavos, contra el esclavismo, o siervos, contra el feudalismo.

A la manera de Lenin (Libertad, ¿para qué? y Qué hacer), fui demócrata cuarenta años, de 1969 hasta 2010. En ese tiempo me fue dado vivir los estertores del franquismo, el Chile de Pinochet, 11 de septiembre de 1973, el golpe en Argentina, marzo del 74; la Revolução dos Cravos, 25 de abril del 74, la Marcha Verde, noviembre 75, la muerte de Franco, el golpe de Tejero, 23 de febrero del 81, y la explosión de la democracia hasta el primer Psoe del 82. Y no falté al Podemos movimiento, no partido (2010-2011).

Orto y ocaso. Visto y no visto. Con Pablo Iglesias se iba el sueño de tres generaciones.

Como el Sí se puede del presidente Obama (20 enero 2009) no pudo tanto, como Tsipras o Varoufakis en Grecia no pudieron nada, como las primaveras árabes fueron un día portada y otro día tapadas y más tapadas; aquí en España Pablo Iglesias, el que venía a echar un cerrojazo al régimen del 78, no iba a poder nada. Nada, contra las crisis sucesivas que asolaban el mundo.

Yo me volví a mi absentismo con una idea fija: sin proletariado, todas las imaginaciones del marxismo carecían de sentido; y, sin marxismo, la única lucha sería la que interesara a clases medias acomodadas en su estado del bienestar. Cuando conceptos como sindicato o huelga se vacían, emergen derechos humanos como la abstención crítica y la objeción de conciencia.

La abstención crítica, o boicot a las urnas como rechazo consciente y global a toda una democracia en su conjunto, va más allá del voto en blanco o nulo. Y la objeción de conciencia, como parte de la libertad de pensamiento, aúna individuo y patria fiscal para hacerse efectiva a través de impuestos como en la actual casilla a fines sociales (que es un No a la Iglesia), podríamos marcar No a las armas o No a la monarquía.


No bastaba decir gente donde izquierda y casta donde derecha (para acabar siendo casta, clase política, por muy radical que se sea).

Izquierda y derecha continúan; no como proletariado. El caso es que alguien pierde y otro gana en la sociedad dual. Se llama capitalismo, hijo, capitalismo.


Para pensamiento, el marxismo y, para república, Cataluña.

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