En invierno del 21, año muy raro como todo lo que duró la pandemia, yo había lanzado en redes una pregunta a la manera que veo hacer. Mi tuit preguntaba a un vago ustedes si también les comprometía “esa literatura que convoca a la presentación de su libro en librería”, y sin una demo o un anticipo siquiera.
Precisamente yo tenía reciente un TeNDeDeRo contra el agravio que suponía que el vivo autor me hiciera pasar por caja o librería (esa tienda de proximidad, como los ultramarinos de barrio), mientras a mí —tan poeta como él— él me podía leer gratis y en pantalla en edición de bolsillo.
“Mirando hacia atrás sin ira, Dante, Miguel Ángel, Proust tienen ganada nuestra indulgencia; para nosotros era y es o Capilla Sixtina o nada”, así que no hay mucho que elegir. De otro modo visto, sus autores se hubieran dado al dolce far niente de nacidos para vivir de rentas, como han hecho holgazanes o señoritos de su clase. *Considerando que arte y cultura (obras de la holgazanería) son enemigos de clase de las clases trabajadoras a las que explotan en términos de El tiempo es oro como mercancía y, de ocio, como plusvalía.
Sobra decir que un país encabronado con las iras y venidas de la política —Cataluña y ¡Cierra España! o media España mirando a tribunales detrás de la mascarilla— nadie contestó a mi tuit. Se ve que la gente de letras, entonces muy dividida entre Google y Gutenberg (las dos G de las dos galaxias) prefería no darse por aludida. Total. ¿Quién es Daniel Lebrato para inquietar a nadie?