Es axioma que los pilares del saber son cultura (para conocer) e historia (para opinar) [1]: lema: «Quien desconoce la historia, está condenado a repetirla» (frase que se atribuye desde Confucio a Cicerón, Napoleón o Ruiz de Santallana). Y se añade que, más que transmitir saberes (conjunto cerrado), hay que enseñar a pensar: conjunto abierto a las ideas que puedan venir.
Descartando ideologías –ideas en caliente, como buenismo, bienestarismo, yoga o religión– maneras de razonar, con la cabeza fría, hay dos: la dialéctica y el estructuralismo.
La dialéctica actúa por superación de contradicciones: Tesis ±Antítesis =Síntesis. Y el estructuralismo se rige por oposición (marcado/nomarcado) de términos sobre un sintagma.
El estructuralismo lingüístico (Saussure, Suiza, 1916) resultó progresista contra la morfosintaxis de verbo, oración y predicado, y fue extendiendo sus alas a la etnología, al psicoanálisis, al marxismo. Pero se mostró inoperante ante los cambios sociales que se avecinaban: Revolución Rusa del 17. Cuando todo se movía, fue un modo de razonar absolutamente inmovilista. Hoy, dialéctica contra estructuralismo miden sus armas ante el referundismo, último reto al pensamiento universal visto desde España. [2]
De las otras premisas de la buena ciencia, que eran cultura e historia, la experiencia nos dice que rara vez cultura e historia se han decantado por la emancipación; más bien, al contrario. No es la historia la que explica el presente. Es el presente quien explica la historia. Del actual periodismo o de la actual universidad, ¿qué cultura y qué historia quieren ustedes que salgan? Son gremios que no van a bajar de su pedestal, pues que de eso viven. No hay borracho que se coma su propia mierda, dicho en García Márquez; y al pueblo, Piensos Sánders: ideología para la cabaña, por ejemplo, hay que “aprender a pensar”, casi 30 millones de resultados en Google. Sócrates, el de yo solo sé que no sé nada, no pasaría de contertulio en La Sexta.
[1] El arte sería para disfrutar y, de momento, no pinta nada aquí, pero qué duda cabe que el triángulo de la sabiduría aúna arte y cultura y ciencia (historia).
[2] independentismo sería aplicable (como producto final) a la culminación de las expectativas catalanistas, pero la fase donde estamos es el encaje de un referéndum legal dentro de la legislación española. Para empezar, el rechazo a un nacionalismo no puede ser otro nacionalismo ni tiene sentido salir por los cerros de lo internacionalista o globalista que es uno frente a lo pueblerino de Cataluña sola independiente. Sin entrar en quién mejor que Cataluña para saber lo que a Cataluña interesa o beneficia, la antítesis a nacionalismo es el apatridismo más absoluto: algo difícil de demostrar en quien en algún lugar fiscal residencia rentas y paga impuestos. –Bueno, sí. Pero ¿y lo que Cataluña debe a España? «Las deudas se pasan al cobro y se pagan.» –Bueno, vale. Pero en España no existe el derecho de autodeterminación. «Se inventa.» –Pero Cataluña es España y tendríamos que votarlo toda España. «Lenguas y dialectos, hijos que se emancipan, ninguna nación se hizo pidiendo permiso a otra y, mucho menos, a la que considera su metrópolis.»