Una de las argumentaciones contra el referundismo presenta una España unánime frente a una Cataluña dividida en dos a la que se le recuerda una y otra vez que toda Cataluña no es soberanista.
Soluciones:
Primero, y en Cataluña, convocar un referéndum para salir de dudas o cuantificar los bandos; referéndum que, sin embargo, no se convoca o no se permite legalmente convocar.
Segundo, verificar la España unánime. Ni toda España es constitucionalista del 78, ni a toda España le va la monarquía, sino la república, ni toda España simpatiza con los tratados de amistad (vamos a llamarlos así) de España con la Santa Sede (de 1979) ni con los Estados Unidos (desde 1953) y ni con el Ejército estamos de acuerdo quienes querríamos, cuando menos y a nivel fiscal, ver reconocida nuestra pacifista objeción de conciencia. De España unánime, nada de nada.
Quienes, desde la progresía, se adhieren al derecho a decidir a condición de que votemos todos, o sea, las distintas ciudadanías españolas, no se sabe qué esperan a someter a referendo en todo el territorio nacional esas y otras cuestiones que nos dividen y que nos van a seguir dividiendo.
Explicación:
Nadie pregunta lo que no quiere oír y desde España no se quiere preguntar por miedo al resultado: ¿El rey a referendo? ¿España federal? ¿Las relaciones Iglesia Estado o con los Estados Unidos? ¿El grado de aceptación de Ejército y Ministerio de Defensa? ¿La política internacional? Ni siquiera el CIS se atreve a esas preguntas.
El referundismo tiene ganada la batalla democrática y moral y algún día, le guste a España o no, Cataluña será lo que (por mayoría, no por unanimidad) Cataluña quiera ser (también País Vasco o Andalucía). Si gana por mayoría la independencia, la Cataluña españolista se tendrá que aguantar igual que la Cataluña independentista lleva años aguatando ser la España que no quiere ser. Habiendo urnas, cuál es el problema.
El problema es España y la actual izquierda española que, de lo que fue izquierda, ya no tiene nada.