análisis del Estado del Bienestar.

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El Bienestar fue el invento del Estado en la segunda mitad del siglo 20, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, y no lejos del Crac del 29, vendido por la izquierda como conquista, pero, en realidad, respuesta de la derecha política más espabilada a dos debilidades del capitalismo: su recurso al conflicto armado como regulador del mercado, y sus crisis periódicas.

El capitalismo activaría algún control de producción y competencia y, a cambio de la paz social, sus clases trabajadoras recibirían ciertas satisfacciones a sus reivindicaciones primarias: seguridad social, vivienda, sanidad. Partidos socialistas de la 2ª Internacional (el Psoe), junto a laboristas y sindicatos, firmaron un pacto con su patronal a cambio de cero soldados muertos y a costa de plusvalías extraídas a sus antiguas colonias. Socialdemócratas y democristianos trasmutaron el Estado máquina o pesadilla que aplasta al individuo (ese Estado que reflejan Larra, Galdós o Kafka en El castillo, 1926). ¡Con ustedes…, el Estado del Bienestar!, película para todos los públicos:

Vivíamos en el mejor de los mundos y, en caso de duda, ahí estaban Soviética, China o Cuba, para ver, no más por televisión, lo que el socialismo real era capaz de hacer con la pobre clase trabajadora, pauperada, huérfana de oportunidades y, encima, presa del comunismo frente al mundo libre. Tras libertad y democracia, ese fue el tercer peldaño del Bienestar en su subida al podio: ganar la Guerra Fría: guerra sin tiros que vino a suplir las que (tras Hiroshima y Nagasaki) no debían repetirse sino como especulación, dependencia, negocio o carrera espacial. Con que cayera el Muro de Berlín (1989), el partido habría terminado.

Pasó que el colorín colorado de un mundo plano bajo la tutela Usa estalló por la parte islámica sensible a la gendarmería de Israel en Oriente Medio. Contra el islamismo, toda estrategia se demostró incapaz: Torres Gemelas, Metro de Londres, Atocha. No obstante esas derrotas, el Bienestar de arte mayor aún sabría componer un poema: el Todos somos Democracia y Todos somos Occidente (lemas desde el 11-S a Charlie Hebdo) junto a la leyenda del islamista honrado bajo la alianza de culturas y civilizaciones (2007). Esa película vendría de perlas para, por miedo al miedo, reforzar la publicidad del Bienestar en Estados cada vez más absolutistas: más policía, más ejército, más Otan, con el pretexto de misiones de paz, y más bases de los Estados Unidos. A libertad, democracia y bienestar se había unido la seguridad bajo demanda de sociedades muy atemorizadas y acostumbradas al papá Estado, compatibles con oenegés aduaneras de fronteras y vicarias de los servicios de migración y empleo. Se descartaron conferencias mundiales por la descolonización y el desarme, que el siglo 20 había conocido. Para darle cancha a la izquierda, qué mejor fórmula que la igualdad hombre mujer y elegetebeís, modelo orgullo o 15-M, y qué mejor aglutinante que el Salvar el planeta como único Dios verdadero.

La acción votante pasó a corralito entre comunidades que pagan sus porteros, sus perros y vigilantes, frente al duro arrabal. Lo más de izquierdas era contribuir a una oenegé y sensibilizarse ante el telediario con adónde vamos a parar con tanta infancia que sufre y tanta patera en el Mediterráneo. El bienestar: conservante, colorante y edulcorante de un universo conocido.


 

El primer Bienestar acudió a cubrir necesidades de formación, mantenimiento, reparación y reproducción de la mano de obra cualificada como exigía la revolución científico técnica, con acciones en áreas de educación, vivienda, sanidad, con la seguridad social de fondo como mutua laboral pagadora de pensiones y asistencias. Aquel milagro, sueco o nórdico, lo pagó la importación de materias primas y la exportación de tecnologías más plusvalías de mano de obra en colonias o ex colonias, o inmigrantes en los trabajos más duros y peor pagados. Las clases trabajadoras nacionales, encantadas: suyo era lo mejor de la cadena productiva, suyo el nivel de vida propio de mandos intermedios y casi suya la empresa a nada que la empresa repartiera alguna acción por nómina o por resultados. A nadie importaba que al Bienestar se le fueran agregando, como efectos secundarios, más ejército, más policía, más juzgados, más centros de acogida, más servicios para paliar la creciente masa sin techo y con la mano mendiga por el centro comercial o peligrosos barrios periféricos a las grandes ciudades.

Paralelo a ese fenómeno de marginación o exclusión, se fue extendiendo una mentalidad de café para todos. La asunción del Bienestar por partidos reaccionarios pero obligados, por ganar votos, a prometer lo que no iban a cumplir, cuajó en la impresión, común a electores y a elegidos, de que no había más Estado que el Estado del Bienestar, y de que, quien venía, venía con los derechos bien puestos (algo visible en inmigrantes ilegales recién desembarcados). Así, se da el caso de la chavala sin formación ni recursos que se queda involuntarimante preñada y que, alentada por el ambiente pro familia y sé tú misma y sí se puede que se respira, pretende que la criatura en barriga se la subvencione el Estado, es decir, usted o yo a través de impuestos, sin que usted o yo podamos replantear otro estado (de cosas) y sin que salgamos en la foto fachas insolidarios o maltusianos contrarios a la pirámide de población y al futuro de la población mundial, total: unos monstruos.

Monstruos o buena gente, la tercera guerra mundial será la guerra de los impuestos que responda a la pregunta: el Bienestar, ¿quién lo paga? Solo planteárselo, sin caer en prejuicios de voto útil, será ir abandonando la pomada de la democracia, es ir dejando el corralito.


Daniel Lebrato


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