Izquierda Unida y Psoe son contrarios a la autonomía de Cataluña (consulten ‘autonomía’ en el diccionario y verán hasta qué punto). Podemos vino a este mundo queriendo no ser de izquierdas y, a fe, que lo está consiguiendo. (El medio es el mensaje: Podemos partido en el Congreso no tiene nada que ver con el movimiento Podemos cuando empezó en la calle.) Ante el tema catalán, Izquierda Unida y Psoe (partidos de tradición federal) dicen que están a favor del derecho a decidir pero que “decidamos todos”. Lo cual es pretexto de nunca acabar. ¿Han movilizado alguna vez a toda España para implantar el derecho a decidir? No, padre. ¿Le han convocado a usted o a mí, en Madrid o en Sevilla, para la cacareada reforma de la Constitución? No, madre. El trío acalla la conciencia con “lo que realmente importa a la gente”. Claro. A la gente lo que le importa no es un Proceso en prisión sino llegar a fin de mes bajo el triángulo de la felicidad: salud, dinero y amor. Aquí y en Pekín y en Cataluña.
En este modo de conducir la opinión pública y la democracia hay errores de bulto. Desde confundir los egoísmos de la noticia (personal, familiar, local, provincial, regional, nacional e internacional) hasta invocar legislaciones que siempre han ido por detrás de la Historia y así tenemos que la independencia de Portugal tuvo que haberla decidido ¡toda España! Huyendo de razones, la izquierda removió sentimentalidades como el no te vayas, papá, o el llanto ante un divorcio en la familia. Fueron las banderas en los balcones de ¡España!, ¡España!, como Selección Nacional. Ahora, una vez que la ultraderecha se sienta a la mesa, el trío de izquierdas y sus simples votantes (simples porque quieren primero acudir a sus necesidades más básicas) le sacan partido al partido más ultra para que votemos izquierda: ¡que viene el lobo!, ¡que se acaba el Bienestar!
Conclusión: Vox no es de izquierda pero sí de la izquierda, en tanto alimenta a Vox y se beneficia de Vox. Mientras parte, mucha o poca, de Cataluña esté presa y judicializada, la rebeldía o la ética del resto de España consiste –por solidaridad con Cataluña– en no ir a votar. El voto, por cierto, no es de izquierda ni es derechas; es de demócratas y hay que caer muy bajo para creerse el cuento de la democracia a cuyo frente figuran hoy la Otan y Donald Trump. Este par sí que ejerce, con el sí, boana, de España, su derecho a decidir. Pregunten por Venezuela.