La izquierda de la revolución para cambiar el mundo dejó de existir al final del siglo 20 (pongamos a la caída del Muro de Berlín en 1989) y en el siglo 21 sobrevive como epígono o parodia[1], como etiqueta o marca (Psoe) solo reconocible por contraste con la derecha, que, esa sí, sigue viva. Seguramente, la desconfiguración de la izquierda tuvo que ver con la hegemonía del Estado del Bienestar tras el abandono del marxismo como método de análisis (no como praxis tal y como la entendieron la URSS y los partidos de la II Internacional).
La izquierda del siglo 21 solo es oposición (parlamentaria) a un régimen (conservador todo él) que se presenta en bloque ante cualquier cosa que se mueva y que ponga en peligro las bases del sistema. Rajoy y Sánchez son como Cánovas y Sagasta en la España de la Restauración (conservador uno, liberal otro) y Cataluña es Cuba, cuya independencia rechazaron conservadores y liberales y tan solo la apoyó el partido federalista de Pi y Margall, casualidad que fuera él también catalán para hablar ahora de Cataluña.
Por un lado, se sacan argumentos del viejo armario social y progresista: el independentismo es de derechas (ya me gané al obrerete y a mi asistenta) y, por otro, se da un salto hacia el mundo único y global donde las fronteras y banderas serán antiguallas (ya me he ganado a la utopía). Otra opción es el escapismo hacia el mejoramiento o crecimiento personal: ya me he ganado a mí mismo.
Está al llegar otra generación del 98 que haga ‑o no‑ la digestión intelectual del gran desastre que está resultando España. Pero, eso sí, la izquierda quiere seguir apostando por el romanticismo y seguir siendo romántica mientras machacan a un pueblo, puro y duro realismo.
[1] epígonos (nombre epiceno) son los tardíos, los rezagados, los últimos brotes verdes que da un ismo ya desaparecido o antes de desaparecer del todo. Epígono, Gustavo Adolfo Bécquer, romántico en pleno realismo, o el Quijote, parodia, también, como La venganza de don Mendo sobre el teatro poético.