Decía Marx que la humanidad no se plantea problemas que no pueda resolver. Y España tuvo a su alcance resolver la cuestión catalana (antes: guerra de independencia) sin pegar un tiro y en aplicación de un derecho a decidir difícil de negar entre personas libres y demócratas y (hasta cierto punto) iguales que comparten derechos humanos y el respeto a las minorías.
El argumentario de personas tenidas a sí mismas por progresistas o incluso muy de izquierdas ha sido que el derecho a decidir de Cataluña viola otro derecho mayor: el bien común de pobres gentes o de clases trabajadoras de toda España que se verían muy perjudicadas por la marcha de Cataluña la rica, la construida con el sudor de extremeños o andaluces. Ya tenemos a mi vecina de enfrente, muy clase media y muy de Ugt, con la bandera de España en el balcón de su vivienda de protección oficial.
Lo cual no significa que la Junta de Andalucía o la de Extremadura vayan a reclamar vía judicial o ante el tribunal de cuentas a Cataluña lo que Cataluña les debe: si el rico vive del pobre, también el pobre vive del rico y al precio del mercado que el rico quiera pagar. Es el capitalismo, querido Watson, que la izquierda no‑izquierda no discute y por eso acude a la palabra mágica más potente aún que el derecho a decidir: la solidaridad. Mi vecina cuelga la bandera porque ella, faltaba más, es muy, pero que muy solidaria.
La inteligencia que le ha calentado la patria a mi vecina pagará intelectualmente su postura y España no levantará cabeza. Cuando el odio social está instalado, sale un idiota por rumbas con Amigos para siempre. ¡País!
[eLTeNDeDeRo]