Junqueras, Puigdemont, pueden estar quemados uno a uno. El pueblo catalán puede estar, de ellos, hasta la coronilla (si ya lo estamos). Pero hay algo trágico en su empeño, algo que se dio en Numancia o en Fuenteovejuna, y que estallará en botellas de cava largamente guardadas para ese día.
No importa que yo no tenga el gusanillo en el cuerpo ni esa botella en la nevera. Como vagones de un tren muy viejo y descarrilado, o como parte de una pésima serie por entregas, pasado mañana tendré también que responder a papá, cómo acabó aquello, abuela, qué pasó después.
Y puede que caigan y cambien algunos nombres propios, Puigdemont, Junqueras. No pasa nada: porque así pasa siempre y porque arribarán más urnas y más urnas y el voto dará al miedo y a la bestia su merecido. Acudid, corazones, a Cataluña y, con Cataluña, proclamad vuestra propia independencia.