En las primarias del Psoe, llama la atención esa Susana Díaz que primero augura aventajar a Pedro Sánchez por 20.000 credenciales, luego se queda en 6.000 y por último declara ‑tan fresca‑ que ganar es ganar, lo que anticipa que, si se lleva la Secretaría por un solo voto, ahí estará ella. En fútbol, como vencer en el último minuto y de penalti injusto o por gol en propia puerta del adversario. Es la moral ganadora. La que no tiene moral. La política, o sea.
El arte y la literatura nos enseñan la otra cara de la derrota. Justicia poética. Así llamamos al tópico consolación según el cual la bondad y la virtud son finalmente premiadas y la maldad, castigada. Nuestra simpatía con el héroe vencido o el antihéroe debe venir de algún rechazo personal hacia la competición o carrera donde ganar y perder se baten el cobre. Desde el paraíso ‑cuando ignoraban las palabras tuyo y mío y eran todas las cosas comunes‑, el verbo tener se ha impuesto al verbo ser. Ulises era un marine y la de Troya, una invasión en tierra hostil. Son los ojos con que leemos ‑ojos asimismo lejos del paraíso‑ los que nos hacen decir qué bella la Ilíada, qué hermosa la Odisea. Nos hemos envilecido a la par. Por compensación (arte moral donde es experto el cristianismo), guardamos un rincón para que el último sea el primero; la fea, la más guapa y el chico, el más listo y más valiente. Esta ‘justicia’ es proyección de nuestra propia derrota o de nuestra ansiada victoria. La cultura actúa como el millonario que ‑en la edad forrada‑ dota una fundación para ayudar a los pobres. Honor, de todas formas, a quienes en su vida defienden y custodian sus Termópilas. La cita es de Kavafis y la entrevista, a Salvador Compán, a propósito del halo del perdedor.